sábado, 16 de octubre de 2010

Cuba


Pensar en Cuba desde la imagen

El corre caminos


Pensar en Cuba en estos tiempos se vuelve un poco difícil. No por las circunstancias que la rodean sino por las miradas que se tejen a su alrededor por todo el mundo. Ya las tipologías se desvanecen. La mulata, el son o la rumba se convierten en referencias añejas. Se continúa caracterizando la isla por su buena música pero sus hombres son más intensos y sus caracteres dicen con mayor claridad de este archipiélago a inicios de siglo.
La mayor de las Antillas se especifica en este 2010 por el calor sofocante, por los temblores que obligan a buscar salidas desesperadas para no morir en casas que de tan ancianas podrían caer, por los huracanes que son tan implacables como los volcanes en los Andes o las intensas lluvias en Asia. Cuba sobrevive a los avatares del tiempo y a las carencias pero sigue.
El son aún mueve su gente sin embargo no hay tiempo para defenderlo de los ritmos extranjerizantes porque la mesa no puede estar vacía. Ya ha habido suficiente con los dolores de los ´90. Se lucha por calzar, vestir y llenar el estómago. Se pelea por creer en fuerzas superiores que a pesar de todo afiancen las esperanzas al día a día. Por ello la religión yoruba se vuelve cada vez más en la creencia oficial y casi en deporte(al decir de muchos).
No obstante de esta urdimbre donde abrevan los conceptos de aculturación, deculturación y transculturación, que tan genialmente definiera Fernando Ortiz el pasado siglo, han nacido los verdaderos ejemplos caracterizadores de nuestra cultura actual: las máscaras sociales. La criolla voluptuosa que en los años de 1900 fascinó a mafiosos, chulos y etnólogos ha dejado de ser un centro, como referíamos anteriormente. Las máscaras de hoy son el niño de mirada dura, la madre llena de hijos, la abuela de casi un siglo que aún lava para la calle mientras mantiene al hijo forzudo y vago. El religioso que gasta para hacerse santo más de lo que ha soñado nunca tener. Por eso se ven tantos vestidos de blanco por ahí sin siquiera entender quienes son Shangó, Oshún, Yemayá, Elegguá, Orula u Olofi. Al cubano le hace falta creer como nadie. Confiar en otros lo ha mantenido en pie por muchos años. Hoy sencillamente se cambian los dioses.
Máscaras hay en las carrozas, en los sambódromos, en los carnavales pero no son las de cartón. Es el borracho, es limosnero, o la mujer semidesnuda que baila para dar riendas sueltas a ese morbo, a esa provocación. Son calientes los latinos, lo son más los cubanos. Durante el carnaval en cada esquina un desafuero de borrachas caderas que hacen enflaquecer al machismo. La isla de hoy está llena de puestos que prácticamente regalan el alcohol. Talmente parece que hubiera que mantener bebidos a los hombres.
Solo quien recorre a fondo la isla se percata de que las cosas no son ni tan bellas ni tan retorcidas. La gente necesita ser escuchada, ser vista. Cuba necesita que se le sienta desde adentro. Cuba necesita que no se le encuentren lunares por mero interés diferenciador. Cuba pide ser caminada y que se vean sus árboles asombrosos, sus ríos contaminados, sus coches antiguos que convierten las calles en auténticos museos. Esta isla es de los pocos países del mundo que no tiene que llevar sus elementos exóticos una institución para que sean apreciados.
A Cuba hay que entrarle desde el desconocimiento. Intentar penetrarle con ideas preconcebidas es tan abominable como hablar mal de su devenir histórico. Mirada paciente y aguda se hace imprescindible. Tranquilidad para desandar y hermanarse al cansancio. Encontrar la comodidad en sus fuertes olores o su comida basada en los carbohidratos. Amabilidad para comprender que los que te abordan muchas veces no tienen nada mejor que hacer y perspicacia para darte cuenta que a algunos hay que mandarlos de paseo porque si no te agobian demasiado.
Cuba la eterna seductora que grita por la victoria de otros y es obligada a veces a llorar por las desgracias ajenas.
Cuba la patria de gente sincera que no se negó a regalar sus rostros.
Cuba la que no se rinde, la que tiene en cualquier tramo del camino un cartel que dice: ¡Venceremos! Y vence. Y trata de vencer hasta lo que se le prohíbe.
Solo el que llega se percata de que no valen lágrimas con los cubanos sino manos apretadas y sonrisas amplias, y malas palabras y un beso en las mejillas y un abrazo.
Pensar en Cuba es difícil pero alienta.

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